Madurando en Cristo
“En cambio, me he calmado y aquietado, como un niño destetado que ya no llora por la leche de su madre. Sí, tal como un niño destetado es mi alma en mi interior”.
Salmo 131:2
LECTURA DEL DÍA: SALMO 131
El rey David nos enseña que la fe y la dependencia de nosotros en Dios debe ser como la de un niño, pero no la de un niño a quien se le cumplen todos sus caprichos, sino la fe de un niño que se ha abandonado totalmente a su padre, dejando nuestro destino
en Sus preciosas manos.
Nuestro Señor nos dejó la imagen de un niño como modelo de la fe cristiana, pero modelo en el sentido de que lo lideren, lo enseñen y lo bendigan.
Pero en ese salmo de David, el modelo del niño es aún más singular, porque habla de un niño destetado, y un niño destetado es un niño diferente a un niño que todavía está totalmente apegado a la madre en caprichos, en lloros, en un control de la madre. El destetado, aunque también tiene una necesidad, ya tiene cierta independencia.
La transición de un niño de pecho a un niño destetado, de un niño que llora constantemente a un hijo o hija tranquilo, no es sencilla. El niño que depende de su madre, no puede entender que le niegue algo, pero mientras más crece, mejor entiende las negativas de ella.
El cristiano que es como un niño destetado, que ha dejado su infancia espiritual, es capaz de no llorar caprichosamente por lo que quiere, y reconoce que en el amor de Dios, aun las
negativas son parte de Su amor.
La fe infantil cree que llorando va a obtener estrictamente todo lo que pide, mientras que la fe madura cree que tanto lo que recibe, como lo que no recibe son muestras de la sabiduría y del amor de Dios. El consuelo divino atraviesa nuestra desesperación y nos asegura que todo estará bien y que toda clase de dificultades saldrán bien.
Hay una fe infantil y una fe madura. Al primer amor le distingue la euforia y la pasión por Dios, una fe que nunca debemos perder; pero la fe madura es una fe que confía con compromiso y pasión. El cristiano no debe comportarse como un bebé que llora a gritos porque desea ser alimentado, o porque quiere todo lo que ve, el creyente maduro descansa tranquila y totalmente en los brazos de su padre celestial.